Afortunadamente, hoy en día disponemos de agua potable a nuestro alcance con solo abrir un grifo y es posible estar seguros de que es de buena calidad gracias al análisis del agua que se lleva a cabo como medida de control en los laboratorios. Requerimos de este recurso para nuestra vida, además de necesitarlo en numerosas actividades tanto cotidianas como laborales.
Los parámetros que se miden en un análisis del agua
Antes de que el agua llegue a nuestro grifo, pasa por una serie de tratamientos para garantizar que sea apta para su consumo. Sin embargo, es recomendable que se realicen análisis de esta agua para controlar que no esté contaminada.
En este control, se evalúan parámetros como la presencia de microorganismos patógenos o sustancias orgánicas. Si esto es así, se trata de un agua de mala calidad debido a la contaminación o por un saneamiento inadecuado, cuyos efectos resultan negativos tanto para el medio natural como para la salud de las personas.
Además, su contenido en minerales debe ser bajo o lo que habitualmente se conoce como mineralización débil.
Por otro lado, en un análisis del agua se evalúan variables como la turbidez, el color, el olor y el sabor, buscando siempre que estos parámetros se mantengan sin superar los umbrales mínimos establecidos por la normativa. En este sentido, la Directiva 98/83/CE de la Unión Europea es la que regula la calidad de las aguas y, en España, está articulada a través del Real Decreto 140/2003.
En explotaciones del sector agrario, garantizar una buena calidad de los recursos hídricos utilizados es imprescindible tanto para cumplir con los requisitos establecidos por ley, como para asegurar unas adecuadas condiciones de salubridad e higiene.
Por ello, resulta clave llevar a cabo un análisis de agua de forma periódica solicitando la colaboración de profesionales cualificados como los que podemos encontrar en un laboratorio especializado.